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Metro Underground / El florido renacimiento de María Elena Ríos

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“Hablamos con claridad, porque hay lenguaje, porque hay saliva, porque el lenguaje es medicina, porque es medicina fuerte; saliva limpia, luz que vive”, dijo María Sabina, Sacerdotisa de los Hongos Mágicos, y eso es precisamente lo que hace la música que emana del saxofón de María Elena Ríos (Santo Domingo Tonalá, Oaxaca, 1992), con su discurso de energía vital, amor profundo y poder femenino.

María Elena Ríos es una saxofonista de origen mixteco, comunicadora y activista en contra de la violencia a las mujeres. Malena es sobreviviente de feminicidio en grado de tentativa, al sufrir un ataque con ácido por parte del empresario y ex legislador del PRI, Juan Vera Carrizal.

Malena Ríos, encuentra fuerza y alivio en la imagen de la guerrera mixteca Seis Mono “Blusa de Guerra”, la primera mujer gobernante de América, quien inició una feroz campaña de lucha, y en tan sólo dos días conquistó el Monte de la Luna y del Insecto, tomando como prisioneros a todos aquellos que le expelieron mal augurio.

En un extenso diálogo, María Elena Ríos y yo, hablamos acerca de los códices mixtecos en referencia a la fuerza femenina, Santo Domingo Tonalá y la Cueva de las Flores, la princesa Seis Mono, la música, la belleza y el saxofón.

Pienso que no hay nada más honesto que el sonido de un saxofón. ¿Cómo fueron tus primeros acercamientos con este instrumento musical?

Nací en Oaxaca, en un pueblo llamado Santo Domingo Tonalá, en la mixteca baja. Por lo regular en el Estado los niños tenemos dos opciones: salir en las tardes a practicar deporte o asistir a la banda de música. Mis papás decidieron ingresarme a la banda. Los primeros acercamientos con la música se dieron a los ocho años, con clases de solfeo y flauta dulce; posteriormente, ya que teníamos mayor experiencia, nos asignaban los instrumentos, de acuerdo a la estatura y embocadura. Para mí, el maestro tenía determinado el clarinete; pero no me gustaba, lo veía como un instrumento oscuro y escueto. Cuando se celebraba la verbena popular, llegaban bandas de otros pueblos con instrumentos muy raros para mí, yo le decía a mi papá que eran muy bonitos, le preguntaba por el nombre de los mismos y nunca me los aprendía, en particular el del saxofón. Hasta que comencé a insistirle a mi maestro sobre qué instrumento me iba a tocar, y él volvía a porfiar con el clarinete –y yo con el saxofón–. Me decía: “no, porque tú eres aún muy pequeña y delgada, no lo vas a aguantar, te va a doler tu espalda”.

Todas las tardes, cada que salía de la clase de solfeo, le volvía a insistir al maestro con el saxofón, hasta que terminé hartándolo. Posteriormente, cuando se realizó la entrega de instrumentos, se conmemoró una fiesta en el pueblo y nombraron en orden de lista a los niños con el instrumento que iban a tocar. Yo recuerdo estar muy afligida, porque pensaba que se me iba a designar el clarinete; me acuerdo que mi papá me tocó el hombro y me dijo: “no estés triste, quizá hoy recibas una sorpresa”. En ese momento escuché una voz que decía: “¡Ríos Ortiz María Elena, saxofón alto!”. Yo no lo podía creer, inclusive cuando me tomé las fotos con mis papás, recuerdo no soltar por nada del mundo el estuche del saxofón. Tenía ya nueve años e ingenuamente pensaba que me lo iban a quitar, que se iban a arrepentir y terminarían dándome el clarinete. Así fue mi primer acercamiento con el saxofón, y desde esa fecha, no dejo por nada la música.

“El saxofón habla el lenguaje de los bajos fondos, el lenguaje hastiado y melancólico de la penumbra”, escribió Eleanor Catton. ¿Qué le aporta el saxo a Malena Ríos y qué le aporta Malena Ríos al saxo?

El saxofón me aporta identidad. A mí me reconocen por ello: “La Saxofonista”. Está claro que antes de ser Elena Ríos “la saxofonista mixteca que fue agredida con ácido por parte del ex diputado del Partido Revolución Institucional (PRI) José Antonio Vera Carrizal” –así es la frase–, yo era Malena.

Lo que le aporto al saxofón es una Comunión. De lo que yo me he podido percatar es que desafortunadamente estamos en un país capitalista –donde el pensamiento no importa, a pesar de que ha sido comprobado que el pensamiento siempre ha ido por delante de lo que va acontecer–. Sin embargo, se ha convertido en una herramienta no sólo de trabajo sino de lucha, porque ha sido a través del artivismo, la forma en como yo he manifestado todas las injusticias que no solamente atravieso yo, sino que atraviesan muchas mujeres; yo no me atrevería a decir que las mujeres tenemos privilegios, pero sí tenemos muchas ventajas, y esa compañía con el saxofón me ha abierto esas prerrogativas con los medios de comunicación para manifestar toda la corrupción, la omisión, la obstaculización que se ejerce por parte del Estado hacia a mí, y hacia muchas mujeres.

El saxofón es una espada que en lugar de hacer daño, cura, sin causar violencia, porque definitivamente la violencia genera más violencia. El saxofón es mi instrumento, la herramienta para poder evidenciar, cambiar las cosas, aunque sea en lo mínimo, pero cambiarlas.

La música, la de verdad, te atraviesa el cuerpo de parte a parte. ¿Qué representa para ti la música y de qué manera te ha transformado la vida?

Ha sido un refugio y una sanación; un abrazo. En algún momento llegué a pensar que era una maldición, porque a mi agresor le molestaba que fuera una artista, que tocara música. La música es el medio donde me puedo sentir plena, libre; y al patriarcado –a una persona enteramente machista–, le molesta la libertad de la que pretende sea su subordinada, porque lo que quieren ellos es adueñarse de la vida, de los cuerpos de las mujeres. Al verme libre –en algún contexto– le irritaba. Durante la etapa de hospitalización, yo recriminaba mucho esto, y decía: “maldita la hora en que mis papás me llevaron a inscribirme a la banda de música”; hasta ese nivel de culpa te hacen sentir por encima de la violencia que ejercen en tu contra. Fue una etapa en donde me tuve que reconciliar con mi instrumento, y me di cuenta de que yo no tenía la culpa, porque cuando somos víctimas y sobrevivimos, pensamos que todo lo que nos pasa es por nosotras, es nuestra responsabilidad, y no es así, estamos inmersas como mujeres, como Movimiento, en un sistema y en un país que tiene tres grandes problemas sociales, contrariedades históricas: el machismo, el racismo y el clasismo; cuesta trabajo entenderlo, porque cuando yo hago mención de estos problemas, no falta alguien que diga: “eres una resentida porque tú no has tenido oportunidades”; no es que esté resentida, sino que manifiesto que hay tres inconvenientes sociales, que no le permiten a más de un 80% de la comunidad mexicana, acceder a sus derechos fundamentales, eso es lo que está pasando.

María Elena Ríos en la marcha del 8 de marzo.
María Elena Ríos en la marcha del 8 de marzo.

Los códices mixtecos, en referencia a la fuerza femenina, plantean que en el último tramo de historia prehispánica, ser mujer implicaba tener su “propia filosofía de vida en la que incluían ciertos poderes, cualidades o bienes inherentes a su feminidad. En este sentido, tenían sus propios espacios, cultos y rituales y es factible que tuviera cofradía y clanes donde se ayudaran unas a otras en la búsqueda de estas cualidades, y poderes contenidos en su feminidad”. ¿Crees que esta fuerza femenina primordial, basada en Omecihuatl (mujer dual) se ha ido perdiendo tanto en Oaxaca como en todo México, o si por el contrario, ha venido tomando mayor fuerza?

En cuanto a referencias prehispánicas, yo misma me doy la razón, y no es egocentrismo. Cuando te indiqué los tres grandes problemas sociales, te hice mención del racismo, –y también del machismo– que se deriva precisamente de esta colonización mal llamada “conquista”, porque trasladó la invasión a Mesoamérica, y hablando específicamente de México, fueron una serie de violencias y violaciones. Yo y la gran mayoría de los mexicanos somos producto de violaciones, por eso tenemos la piel un poco más clara, porque nosotros somos morenos en esencia o en un alto grado de porcentaje.

En cuanto a las deidades, por ejemplo mixtecas, imagina qué tan mal estamos ahora, que en el pasado existían leyes inclusive para abortar, y ahora lo piden los movimientos con tanto clamor, porque es un respeto a la autonomía de nuestros cuerpos y decisiones. Nuestros antepasados lo veían muy claro, inclusive existían leyes en donde si el varón llegaba a acosar, insultar o agredir a una mujer, éste era altamente castigado, ¿en qué momento se perdió todo esto?: cuando vinieron con esta colonización, con este proceso de blanqueamiento, que vino a reforzar las ideas machistas que persisten hasta la fecha, han pasado 500 años, siguen tan sólidas y no hemos podido regresar a esos contextos en donde se respetaba la autonomía de una mujer. Así de mal Estamos.

Existen manuscritos que refrendan que la mujeres han tenido un papel importante en referente al mando social o público. Por ejemplo en Oaxaca –vamos a hablar solamente de la mixteca– se reconoce únicamente a una diosa, que es la guerrera Seis Mono-Quexquémitl “Blusa de Guerra”, quien mantenía una relación muy importante con Ocho Venado “Garra de Jaguar” –era el amor de su vida–; Seis Mono es mencionada como un “princesa”, pero en realidad fue una guerrera. Seis Mono es mi referencia. Yo soy fan de esta deidad, porque ella era huérfana, ya que sus hermanos fueron víctimas de la guerra al ser sacrificados, y ella fue la única heredera del señorío de Jaltepec, pero para gobernar se tenía que casar, a lo que se oponía el noble Tres Lagartija, quien se consideraba a sí mismo el único con el derecho a decidir los destinos de aquél pueblo. Muchos fueron los enfrentamientos, y cuando por fin iba a contraer nupcias con el viejo Once Viento, se dice que dos sacerdotes le gritaban “¡Pedernal! ¡Pedernal!”, una exclamación que se entendía como un grito de Guerra, ya que estaban invadiendo sus territorios, simplemente por el hecho de ser mujer, porque era considerada vulnerable para poderla invadir; ella decide en ese momento no casarse, y regresar a organizar a su comunidad y a todos los cacicazgos que gobernaba. Es ahí cuando se le denomina guerrera, porque no permitió que la invadieran; tuvo la capacidad de liderazgo para organizar y no permitirlo. Al final, Seis Mono logra la victoria sobre su enemigo y sus aliados, los señores de los cerros de La Luna y El Insecto. Esa es la historia de Seis mono, quien tuvo a su primogénito, que se llamó Cuatro Viento. Ella no tuvo oportunidad de casarse con Ocho Venado “Garra de Jaguar”, porque un sacerdote le dijo que estaban destinados a presidir destinos diferentes; es como una analogía mixteca de Romeo y Julieta.

Cuando Cuatro viento crece, Ocho venado seguía con esta idea de hacer lo que hicieron los mexicas en su momento –en Oaxaca–, gobernar todo el territorio, y entre esa comarca se encontraba la de su amada Seis Mono; pero como Cuatro Viento –hijo de Seis Mono– se percató de esto, se hicieron amigos. Un día cuando fueron a cazar jabalíes, Ocho Venado se quedó dormido, y Cuatro Viento lo asesina; así es como acaba esta historia.

Santo Domingo Tonalá se encuentra en la región baja mixteca de Oaxaca, casa de las pinturas rupestres dedicadas a la supuesta diosa de la guerra. ¿Cuáles son los recuerdos más afectivos que tienes de este lugar?

Precisamente las pinturas rupestres, que actualmente han sido visitadas por antropólogos holandeses e ingleses, para tratar de entender su significado. Les decimos “Cueva de las Flores”. Las pinturas como tal no tienen un diálogo continuo o una expresión, una narrativa lineal, son figuras aleatorias, figuras humanoides con cuernos o espirales. Las nombramos “Cueva de las flores” porque representan plantas alucinógenas o plantas de poder, entre ellas el Peyote (Lophophora williamsii); el espiral simboliza el tiempo, la repetición, la constancia, los ciclos que se vuelven a repetir.

Existe dentro de ese espacio una cueva muy pequeña en donde entra apenas un cuerpo humano arrastrándose; normalmente cuando había rituales espirituales de ese tipo, la teoría es que tú entrabas, consumías una planta alucinógena para renacer, y cuando salías, plasmabas en las paredes lo que tú veías dentro de ese viaje; por eso es que no tienen coherencia. Creo que eso es un poco más creíble –antes de exponer alguna otra historia– se dice que ahí había una sacerdotisa que no era diosa ni guerrera, simplemente sacerdotisa, que es sinónimo de chamana, se llamaba Nueve Caña (“Falda de Cuchillos de Pedernal”). Se cuenta que en su momento Ocho Venado “Garra de Jaguar”, acudió a dicho lugar con los atributos de la Serpiente de Fuego (yahui), es decir como nahual, en trance, transformándose en una bola de lumbre y volando por el aire. Allí ofreció regalos preciosos –plumas de quetzal y un disco de jade– a la Patrona Divina del Cerro de Sangre, la Señora Nueve Caña, todo esto para realizar un ritual y poder librar una batalla importante contra los zapotecos. Actualmente, en Santo Domingo Tonalá, la gente afirma que encima de esas pinturas se ven bolas de fuego, y todavía existe la creencia de que es Ocho Venado convertido en Nahual. Allá en la región baja mixteca, tenemos aún esta cosmovisión, porque es parte de nuestra identidad.

Esto es muy importante para mí, porque lo que me pasó cuando me quisieron matar, era algo que no entendía, ya que en semanas anteriores, en todos lados veía el número NUEVE, iba al banco y estaban presentes el 9, los productos que me cobraban remitían a 99, el número de fila que se me asignaba era el 9. A mí no me llamaba la atención la numerología, ahora he investigado un poco, por lo mismo que quiero tratar de entender.

A mí me mataron. Mataron a Malena y yo renací. Tengo 3 años y medio de vida en ese sentido. Cuando a mí me matan, lo hacen el 9 del 9 del 19 (09 de septiembre de 2019), por eso evitaba toparme con ese número. Fue hasta que precisamente busqué encontrar esa identidad, ¿ahora quién soy, porque cuando te intentan matar con ácido, te aniquilan o te borran de dos formas, esto además de ser una ejecución de violencia extrema y dolorosa, representa la supresión de una mujer o el exterminio de las mujeres. Te anulan, sino te eliminan de la existencia, te borran la identidad, y la identidad es muy importante para sentirnos inmersos como individuos dentro de una sociedad o por lo menos incluidos dentro de un círculo social.

En este proceso de querer encontrar “quién soy”, es cuando me empiezo a acercar más a mis ancestros, y ocurrieron dos episodios muy importantes y relevantes que me dieron esa apertura y esa dirección, me ayudaron a entender qué es lo que había pasado. Una de ellas fue cuando viajé al pueblo de mi abuelo: San Sebastián del Monte. Fui a buscarlo a través de otras personas. Encontré a un señor Antonio Ortiz que era muy parecido a mi abuelo, pero ellos no se conocieron. Sin embargo a través de de su mirada, de sus rasgos, yo me volví a encontrar, y decidí buscar más. Justo ahí es cuando empiezo a leer más acerca de los mexicas. Fue ahí que encontré un artículo que decía que cuando los guerreros regresaban a su hogar, volvían mucho más atractivos, aunque se vieran lastimados, porque eso representaba fortaleza, simbolizaba que habían librado una batalla, y que eran auténticos guerreros. En ese momento me retorno a ver al espejo con mucha determinación y comienzo a ver mi parte guerrera. Empezó a cambiar esa óptica de la vida, ¿por qué yo debía sentirme miserable?: claro, porque nos educan para eso a las mujeres, que la belleza debe de tener ciertos parámetros, medidas, la altura, el matiz de piel, el color de tus ojos, la tonalidad de tu cabello, tus expresiones faciales, tus dientes inclusive…, y me di cuenta que eso era un problema para muchas mujeres, que nos mantiene divididas y no nos permite ser sororas, la sororidad en términos masculinos –con referencias varoniles– es igual al patriarcado. No existe matriarcado: es sororidad. Para los hombres es patriarcado –desde mi perspectiva– porque como coloquialmente se dice “se tiran paro” sin conocerse, tienen esa inercia de protegerse, pero a las mujeres nos educan para separarnos, para dividirnos, ¿cómo?: primero odiando nuestros cuerpos, comparándonos entre nosotras.

Otro de los episodios importantes, fue cuando me acerqué más a los mixtecos, entender cuántas variantes había, tratar de identificar la del pueblo de mi abuelo, ya que yo no tuve la oportunidad de hablar mixteco. El número 9 para los mixtecos representa la muerte y la guerra. Yo interpreté: “si no me morí, esto es una guerra”, y realmente quiero luchar en contra de un sistema. Lo tomé desde un sentido metafórico, con fe, porque la fe es la que te mueve, la fe te hace creer y ese sentido metafórico en parte me ha ayudado a creer en mí, porque me reconozco en esa cosmovisión. Desde ese momento me muestro como soy y no como quiero ser, porque quién “quiero ser” es más aspiracional, y creo que eso no sirve.

Yo soy una mujer que han quemado. Soy una mujer que tiene cicatrices. Soy una mujer Mixteca. Soy una mujer que se ama, que se siente bonita; no me quito este cubrebocas porque el morbo aún me duele, y todavía no estoy lista para soportarlo. Pero si me veo al espejo, me veo hermosa; porque descubrí que la belleza yace en la fortaleza de mi cuerpo. Estoy muy agradecida con él, porque es muy fuerte, porque ha tolerado quemaduras de tercer grado, y aún así, a pesar de todo ese maltrato, le permite a mi espíritu seguirlo: habitarlo.

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