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Luego de dispararle a su esposa, su familia se fractura

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SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE

TAMPA, FLORIDA — Su hermano menor ya estaba en el juzgado, esperando junto a la amplia ventanilla.

Ella pasó al lado de él sin decir nada.

Stephanie Wilhelm y Matt Kruspe solían ser cercanos, solían platicar cada semana. Pero habían pasado más de tres años desde la última vez que se habían visto.

Tampoco habían visto a su padre desde que disparó a su madre en el corazón.

Stephen Kruspe había pasado ese tiempo en la cárcel del Condado Palm Beach, acusado de asesinato premeditado en primer grado. Su caso se había retrasado porque los tribunales estaban cerrados y a causa del COVID-19.

El 29 de septiembre de 2020 por fin iba a tener una audiencia de fianza.

Cuando un alguacil abrió las puertas del tribunal 10F, los hijos de Steve eligieron un bando distinto.

Stephanie, de 42 años, saludó al fiscal, quien le dijo que su padre era demasiado peligroso como para estar en arresto domiciliario.

Steven Kruspe comparece en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida. A la derecha está su abogado, Christopher Haddad.
Steven Kruspe comparece en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida. A la derecha está su abogado, Christopher Haddad.

Matt, de 40 años, estrechó la mano del abogado defensor. Esperaban poder pagar una fianza para que Steve pudiera esperar el juicio en casa, con la familia de Matt.

Dos agentes del alguacil escoltaban a Steve, ahora de 66 años, quien caminaba arrastrando las cadenas en los tobillos y llevaba las muñecas esposadas por delante. Su sudadera gris parecía tragarse su delgada figura. Unos anteojos enormes magnificaban sus ojos hundidos.

“Señor Kruspe, ¿cómo está?”, preguntó la jueza Caroline Shepherd.

Él asintió y dijo en voz baja: “Bien”.

Había confesado el crimen y luego se había declarado inocente.

Se enfrenta a cadena perpetua en prisión.

“Quiere que se cuente su historia”, dijo su abogado. Quiere que el jurado sepa no sólo lo que hizo —sino el por qué lo hizo.

Un historial intachable

Steve es un marine condecorado y un profesor retirado que ayudó a criar tres hijos. Sus dos hijos se convirtieron en marines. Trabajó con jóvenes problemáticos, entrenó a agentes de policía y estuvo casado durante 42 años. No tenía antecedentes penales.

Dijo a la policía que mató a su mujer, Pam, porque ella tenía Alzheimer y no quería vivir así, porque él la quería y no podía soportar verla sufrir. Dijo que estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa para darle paz.

Tras entregarse, dijo a un detective: “He perdido el sentido del honor”.

“¿Está herido de alguna manera?”, le preguntó el detective.

Steve respondió: “Tengo el corazón roto”.

‘Como una historia de terror’

Debido a la pandemia, muchas personas tuvieron que testificar a distancia en la audiencia de fianza. Una pantalla situada en la pared del fondo del juzgado del Condado Palm Beach mostraba 24 estrados de testigos, quienes, desde distintos puntos del país, esperaban su turno para declarar.

Un psicólogo forense, un general de la Infantería de Marina y varios compañeros de trabajo tenían previsto hablar sobre el estado mental y el carácter de Steve, sobre cómo no supondría un riesgo de fuga.

Su hijo mayor, su hija, su sobrino y su cuñada figuraban como testigos de la acusación.

Esa mañana, el estado le había ofrecido a Steve un acuerdo de culpabilidad: admitir un cargo menor de asesinato en segundo grado con un arma de fuego y ser condenado a 25 o 30 años.

Para entonces tendría más de 90 años. Lo rechazó.

Stephanie Wilhelm mira a los ojos a su padre, Steven Kruspe, en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida.
Stephanie Wilhelm mira a los ojos a su padre, Steven Kruspe, en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida.

Los fiscales abrieron la audiencia reproduciendo la llamada que el acusado hizo al 911, que evidenciaba el testimonio que Steve le hizo al operador. En la silla junto a su abogado, este miraba fijamente hacia el frente.

“¿Y dice que nadie puede ayudarle a su mujer?”, preguntó el operador en la grabación.

Steve parpadeó detrás de sus anteojos al oírse decir: “Así es, señora”.

El detective de Boynton Beach, Charles Ramos, que entrevistó por primera vez a Steve, subió al estrado.

“¿Admitió que sabía que lo que hacía estaba mal?”, preguntó el fiscal.

Sí, dijo el detective.

“¿Indicó alguna vez que había sido un accidente?”.

No.

Entonces Steve se escuchó a sí mismo tratando de explicarse: “Durante meses, ella me había estado contando… la angustia por la que estaba pasando… simplemente inconcebible… como una historia de terror… Ella dijo: ‘No quiero estar aquí. Quiero morirme. Quiero que me mates’… No dejaba de hablar de eso. No pude soportarlo más”.

Preguntas no formuladas

En la cárcel, Steve tiene su propia celda en el ala médica, donde las enfermeras vigilan su depresión. Le sirve el almuerzo a los demás reclusos, habla con los guardias, aconseja a los jóvenes veteranos. Sus amigos le envían libros de historia, política y filosofía. A veces los llama y platican acerca de lo que está leyendo —hasta que se acaban sus 15 minutos.

A menudo hablan del pasado y de Pam.

Pero nunca de lo que pasó.

Sus dos hijos mayores no quieren saber nada de él. Pero su hijo menor, Matt, conduce una hora cada jueves para ver la cara de su padre en el monitor de video.

Tiene muchas preguntas que no cree poder hacerle —no con la grabadora de la cárcel en funcionamiento. Así que Matt le cuenta a su padre historias acerca de los partidos de fútbol de sus gemelos de 12 años, el trabajo de su esposa en el banco, su ruidoso pitbull.

De todos modos, esas preguntas ya no importan, dice. Su madre ya no sufre. “Está en el cielo corriendo maratones, diciéndole a Jesús que la alcance”.

‘Sacrificar la salvación’

Al principio, dice Matt, había estado muy enojado. Se sintió traicionado.

Cuando su padre llamó desde la cárcel esa primera noche, le colgó. Cuando su padre volvió a llamar, volvió a colgarle.

¿Cómo se atrevió a robar lo que quedaba de su madre? ¿Y sin avisar?

Pero después de unos días, dijo Matt, empezó a entender. Después de todo, él también es un veterano de combate.

“Los militares suelen ver la muerte de manera distinta a la mayoría de las personas. La muerte es parte de su trabajo”, dijo. “¿Es justificable? ¿Estabas defendiendo o protegiendo a alguien? Te permite eliminar la emoción de la ecuación”.

Matt Kruspe testifica en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida.
Matt Kruspe testifica en una audiencia de fianza el 29 de septiembre de 2020, presidida por la jueza Caroline Shepherd en el Tribunal del Decimoquinto Circuito en West Palm Beach, Florida.

Mientras Matt luchaba contra los talibanes, cumplía con su deber, pero no dejaba de pensar en las esposas e hijos de los soldados enemigos. Desde que murió su madre, dijo, se ha cuestionado su propia moralidad y espiritualidad.

“¿Cómo se equilibra el que papá haya hecho algo malo con el que papá haya salvado a mi madre?”.

Matt sabe que algunas personas cuestionan el método de Steve. Pero, para Matt, su padre hizo lo más humano: que el final fuera limpio y rápido.

Asfixiar a su madre con una almohada o llenarla de pastillas, dijo Matt, habría sido mucho peor.

Su madre debió haber estado desesperada, dijo, como para haberle rogado a su padre que la ayudara de esa forma.

Ambos padres eran católicos devotos, lo que significa que su padre había sacrificado la salvación.

Matt dijo: “Renunció a ella por mi madre”.

Nunca escuchó a su padre decir que se arrepentía.

“Si él tuviera que volver a hacerlo, lo haría de nuevo”, dijo Matt. “Y yo estaría bien con eso”.

‘El bien mayor’

El fiscal Reid Scott llamó a Steve un cobarde egoísta, un asesino que juega a ser Dios.

El abogado defensor Chris Haddad lo pintó como un héroe, el cual rescató de una angustia insoportable a la mujer que amaba.

“Su historial es excepcional”, declaró Mark Birches, general retirado de los marines. “El 1% más alto de la Infantería de Marina”.

“Objeción”, dijo el fiscal. “Eso es irrelevante”.

El juez desestimó la declaración.

Cinco personas juraron que, si Steve salía bajo fianza, no habría riesgo de fuga. La esposa de su amigo Kent Bolin, Deb, testificó que lo había invitado a quedarse con ellos. También lo hizo un compañero de clase. “Pensar que el acto fue de alguna manera hecho con malicia o violencia”, dijo Jonathan Todd, “eso raya en lo imposible”.

La esposa de Matt, Letoria, dijo que sus hijos comprenden lo ocurrido y echan de menos a sus dos abuelos. Dijo que estaría feliz de tener a Steve en su casa. Ella había ayudado a vender su casa, y el dinero de eso cubriría una fianza de 250,000 dólares. Dijo: “Creo que es digno de confianza”.

La defensa presentó las brillantes reseñas militares de Steve, las citaciones y los avales, así como las cartas de recomendación de dos docenas de personas, muchas de ellas compañeros de la Infantería de Marina, en donde escribieron que el acto de Steve fue piadoso.

También hubo cartas de agradecimiento por el servicio civil de Steve: formación de agentes de policía en Lake Worth, Palm Beach y el Condado St. Lucie. Un congresista de Florida lo elogió por su trabajo en Jupiter Lighthouse. Los Boy Scouts le agradecieron su liderazgo.

El abogado de Steve dijo: “Todo esto demuestra cómo contribuyó al bien común”.

Cuando matas a alguien, ¿debe importar la vida que has vivido hasta el momento?

‘¿Dónde estaba su lealtad?’

De camino al estrado, Stephanie pasó a pocos metros de su padre. No lo miró. Él agachó la cabeza.

Llevaba una declaración impresa, titulada “Este es mi padre”.

Antes de empezar a leerla, le dijo al juez que su hermano Matt tenía armas y que le preocupaba que su padre estuviera allí. “En su situación mental, podría hacerle daño a los niños, a mi hermano y a mi cuñada”.

Podría ser un suicida, dijo.

Stephanie y su madre habían sido muy unidas y solían ir a correr juntas. Su madre cuidaba de sus hijos.

Había vivido a 90 minutos del centro de vida asistida y dijo que solía visitarla dos veces al mes. Hacia el final, no se sentía segura cuando salían solas ella y su madre.

Sabía lo enferma que estaba su madre, pero Stephanie declaró que nunca la había oído expresar su deseo de morir.

Su padre tenía otras opciones, dijo.

“Podía haberla puesto en esa casa y haberse ido si las cosas se ponían demasiado difíciles. Nos habríamos asegurado de que la cuidaran”.

“Eligió lidiar con el asunto a su manera, para que el problema desapareciera”.

Miró su declaración impresa, luego se detuvo y vio fijamente a su padre, quien no levantaba la vista de su regazo.

“No es capaz de hacer lo que es recomendable ante la adversidad”, dijo enfadada. “El ‘prometo serte fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad’ no se demuestra con una bala de .45 en el pecho”.

A continuación, su hermano mayor, Andrew, hizo una videollamada desde Alabama. Fue instructor de percusión en la Infantería de Marina y ahora enseña música. También había escrito una carta.

En 2016, dijo, un año antes de que su padre disparara a su madre, voló a Florida. Andrew dijo que su padre les dijo a él y a su hermana: “Ojalá pudiera meterle una bala en el pecho y sacarla de su miseria”.

“Pensamos que solo decía eso por la frustración que sentía ante el estado en el que ella se encontraba”, declaró. “Hasta que no fueron solo palabras”.

Calificó a su padre de irracional, imprevisible y engañoso. Su padre se enorgullecía de su código ético. “¿Pero dónde estaba su lealtad hacia mi madre?”, dijo Andrew. “Esas evidencias que se han presentado para defenderlo también demuestran que debería haber tratado a mi madre con más respeto”.

Su padre está exactamente en donde debe estar, dijo Andrew.

Compartía las preocupaciones de su hermana por la familia de Matt.

La hermana de Pam escribió una carta diciendo que Steve es peligroso, que no es capaz de controlar sus impulsos “y que no tiene la inteligencia emocional necesaria como para saber que en la sociedad nunca es apropiado quitarle la vida a otra persona cuando esta se encuentra mentalmente incapacitada”.

Paula Purdy, que conoce a Steve desde hace 44 años, describió a su cuñado como un hombre mezquino, rencoroso, engañoso y un sabelotodo que siempre tiene que decir la última palabra. “No es la persona honrada y honorable que la defensa intenta demostrar que es”, escribió. “La bala que el señor Kruspe eligió para acabar con la vida de mi hermana ha rebotado alrededor de la familia, causando un inmenso dolor y poniendo a prueba las relaciones; nos hizo sentir inestables, pensando en cómo el egoísmo de una persona puede causar tanta destrucción”.

“Por favor”, escribió, “no romanticemos los actos de un asesino y no lo convirtamos en un cuento shakespeariano que nunca existió”.

Matt entendía los sentimientos de sus hermanos, pero sentía que estaban malinterpretando el motivo de su padre. Y se preguntó lo siguiente: ¿dónde habían estado algunos de esos parientes todo ese tiempo? Esas personas que decían estar preocupadas por sus hijos, no habían estado al pendiente de ellos.

Las llamadas telefónicas regulares se habían convertido en mensajes de texto poco frecuentes. Se habían perdido los días de Acción de Gracias, las Navidades y los cumpleaños de la familia. Sus hijos estaban creciendo sin sus primos.

Matt había intentado decirle a su hermano y a su hermana que comprendía sus sentimientos. Pero sintió que no estaban dispuestos a tomar en cuenta su punto de vista.

No había planeado testificar. Pero ahora sentía que debía hacerlo.

Desde el estrado, se encontró con los ojos de su padre y luego volteó a ver al juez. “Mucha gente ha expresado hoy su preocupación por nuestra seguridad. Pero nadie ha preguntado por mi bienestar o el de mi familia”, dijo.

Parecía dolido. Dijo que él y su esposa no tenían ninguna preocupación ante el hecho de que su padre se mudara a su casa. Tampoco la tenían sus hijos.

“Fue idea de ellos”.

‘Absolutamente trágico’

Steve no subió al estrado. Mientras sus hijos y otros hablaban acerca de su carácter, él nunca reaccionó.

Después de cuatro horas y de los últimos argumentos por parte de los abogados, el juez Shepherd pidió un receso.

Florida no permite ningún tipo de ayuda para morir, ni siquiera para enfermos en etapa terminal. Es raro que ocurran asesinatos por parte de los cuidadores, a menudo relacionados con el estrés, los cuales han suscitado una amplia gama de reacciones por parte de jueces y jurados. Pero aquí, en Florida, el reglamento del estado considera que la “asistencia al autoasesinato” es un homicidio involuntario.

Aun así, Shepherd no tenía que determinar todavía un veredicto, solo si dejaba salir a Steve hasta que el juicio tuviera lugar.

Después de media hora, volvió y calificó las circunstancias del asesinato de “absolutamente trágicas”.

Pero le preocupaba que hubiera riesgo de que Steve se fugara, por lo que dictaminó que debía permanecer en la cárcel.

Matt, desanimado pero no sorprendido, se quedó para hablar con los abogados de su padre.

Stephanie y su marido salieron rápidamente del juzgado, sin mirar atrás.

Un retraso y una división

Durante los últimos 15 meses, mientras Stephen Kruspe ha esperado en la cárcel, sus hijos no han hablado. Matt dice que su hermana y su hermano le han enviado un par de mensajes de texto, pero que no están realmente en contacto.

Matt sigue visitando a su padre la mayoría de los jueves. Los amigos de Steve aún le envían libros.

Lleva casi cinco años en la cárcel. Su juicio estaba programado para comenzar este mes en el condado de Palm Beach. Pero el 4 de enero se aplazó de nuevo.

La próxima vez que Steve vea a sus hijos, estarán en lados opuestos de la sala.

Sea cual sea el fallo del jurado, Matt sabe que las relaciones con sus hermanos y la familia de su madre probablemente nunca se repararán.

Siente cómo crece el abismo entre ellos.

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